En 1994, me obsesionaba la dinámica de la mirada. ¿Qué pasa cuando el retratado te devuelve el gesto con la misma intensidad? Esta obra nació de esa confrontación. El título, «¿Qué miras?», no es mío, es de ella. Es la pregunta que sentí que me hacía mientras la creaba y la que le hace a todo aquel que se para frente a ella. No es una figura pasiva; es un ser consciente de su poder, casi una deidad tribal.
Necesitaba un medio que pudiera soportar la fuerza de esa mirada, y la cerámica tiene esa cualidad monumental. Sobre la arcilla, construí su rostro y su tocado con capas gruesas de esmalte, como si estuviera desenterrando un ídolo antiguo. Luego, con fuerza, rasgué la superficie para trazar sus rasgos. Cada línea blanca es una cicatriz de esa confrontación visual. El fondo rojo no es decorativo; es la energía del desafío, el espacio tenso entre ella y el observador. El fuego del horno no hizo más que amplificar esa intensidad, convirtiendo su pregunta en una declaración eterna.
Para mí, esta obra es un manifiesto sobre el poder de la mirada. Es un recordatorio de que observar nunca es un acto neutral. La figura te desafía a que te preguntes cómo miras, no solo qué miras. Ella no está ahí para ser admirada, sino para exigir una respuesta, un diálogo que quise dejar grabado para siempre en la cerámica.




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